Nos vendieron el silencio como un spa mental. Un jardín japonés donde todo flota, suavecito. Y no. El silencio real es incómodo, a veces brutal. Es un momento real, donde se nos caen los personajes. Cuando no hay discurso que te salve. Cuando no sabes qué decir… y tampoco donde huir.
El silencio es punk porque interrumpe el ruido estructurado del mundo. Porque no rinde cuentas, no se explica, no pide permiso. Es ese instante donde los que gritan se asustan, y los que callan se revelan.
Nos da miedo el silencio porque deja espacio para lo que evitamos: La herida. La rabia. La soledad. La verdad.
Pero también: La pausa que cura. La pregunta que duele. La escucha que transforma.
Silencio no es ausencia. Es presencia. Y a veces, más que una técnica de mindfulness, es un acto político. Un NO rotundo al exceso. Un YA BASTA al ruido que inquieta.
Silencio como refugio. Silencio como filo. Silencio como mi resiliencia.
Y si después de leer esto te quedaste pensando en el silencio de otra manera, entonces asómate a este otro lugar donde también lo desarmamos:
👉 El silencio: un acto de conexión

