Vivimos en tiempos donde cualquiera puede declararse experto. Basta con una cuenta de Instagram, frases motivacionales de Pinterest y una sonrisa frente al celular. Claro, porque leíste un libro y ya eres Buda.

Y en ese panorama, el coaching se ha convertido en tierra fértil para personas que se autodenominan coach de vida, coach espiritual, coach financiero, coach de propósito, y hasta coach de coaches… sin formación seria, sin supervisión, sin ética profesional. Menos gurú y más rigor.

El problema no es el coaching como práctica. El problema es el coaching como promesa fácil. Como show. Como disfraz… (paremos el circo). Motivar no es acompañar. Aunque lo disfracen bien.

Cuando esta herramienta poderosa cae en manos improvisadas que no comprenden su profundidad, lo que se ofrece al otro no es acompañamiento, sino entretenimiento disfrazado de guía. Y eso puede hacer daño. Porque acompañar procesos humanos no es cualquier cosa. No es solo “escuchar con atención” ni repetir preguntas existenciales. Requiere preparación, responsabilidad, humildad y un marco ético claro.

He visto casos en que se venden fórmulas mágicas de “abundancia” o talleres de autoestima… pero sin habilidades para sostener el llanto de una persona rota. Si no puedes sostener el proceso, no lo abras.

El coaching es valioso. Es transformador.

Pero solo si lo ejerce alguien con formación rigurosa, con sentido ético, con trabajo personal recorrido y actualizado. No alguien que leyó algo simbólico en la web y se siente autorizado para “cambiar vidas”.

Por eso, si vas a buscar un coach, hazlo con el mismo cuidado con el que eliges a tu cirujano. Pregunta por su formación, por sus referentes, por su experiencia real acompañando personas. Y si eres coach, o estás formándote, por favor: no te saltes la etapa del trabajo interno ni la ética profesional.

Porque no se trata de tener todas las respuestas. Se trata de no vender humo cuando lo que el otro necesita es claridad.

Se trata de no prometer transformación sin haber transitado tu propio proceso.
Y sobre todo, se trata de recordar que trabajar con personas es un acto profundamente humano… respetuoso, delicado.

No lo tratemos como si fuera un hobby de fin de semana.


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