Hay momentos en que uno se lanza a la búsqueda de eso que cree que necesita. A veces con hambre. Otras, con sed. O ambas.
En mi caso, era hambre de conocimiento y sed de herramientas. Ganas de explorar algo que me fascinaba desde mi época de universitario: la comunicación no verbal. Una temática que siempre ha rondado entre mis diez favoritas.
Después de buscar en muchas partes, finalmente lo encontré: un taller intensivo de fin de semana en la ciudad de Viña del Mar, Chile. Lo ofrecía una empresa pequeña, pero con un relato ajustado a mis intereses. El anuncio y yo hicimos match.
Arreglé mi maleta, reservé en un hotel boutique (porque el aprendizaje también merece descanso digno, ¿no?) y llegué la noche anterior con ese entusiasmo que te hace estrenar cuaderno de apuntes. Todo pintaba bien.
Hasta que empezó el taller.
La primera red flag fue el espacio: una sala angosta con una pizarra que parecía haber sobrevivido a más de cinco décadas. La segunda, que el resto de los participantes estaban ahí con una beca. Todos. Menos yo, que había pagado completo. Y con ganas.
El “experto” que lideraba el taller soltaba conceptos que, con cariño, podría decir que estaban al alcance de cualquier persona con conexión a internet. En mi época estudiantil, Google me habían dado más profundidad… (le mando un abrazo al colega, igual se esforzó)
Las dinámicas… forzadas, incómodas. Como éramos pocos (no más de ocho), nos repetíamos los comentarios; las duplas empezaban a parecer una parodia. El clima emocional de la sala oscilaba entre la resignación y el bostezo.
Pero ahí estaba yo, con mi cuaderno nuevo, tratando de rescatar algo… Figuraba sentado incómodamente, mirando por las ventanas, esos tentáculos de la frustración asomarse.
¿Y sabes qué? Lo hice. Rescate cosas buenas:
Salí a comer rico. Caminé por la costanera frente al mar. Pensé.
Y ahí entendí que el aprendizaje, a veces, no está en el contenido. Ni en el relator. Ni en la promesa del curso. Está en el proceso de reconocerte hambriento por saber más.
El aprendizaje está en la incomodidad de haber elegido mal. En esas experiencias también se crece. Te vuelves más detallista, más crítico, más exigente… y buscas la forma de hacer todo lo posible para que nunca tengas que dar un taller que te dé vergüenza.
Aprendí a honrar ese impulso de búsqueda, aunque el hallazgo no fuera el que imaginaba.
Lo más relevante de esta anécdota es que la ganancia no siempre reside en el contenido que recibimos, sino en el proceso reflexivo que provocan nuestras elecciones, especialmente cuando no salen como esperábamos.
Porque incluso una capacitación rancia puede dejarte un aprendizaje gourmet… si lo sabes digerir.

