En clases sobre emociones me gusta hablar de lo que dice la ciencia, los estudios sobre el sistema límbico, la regulación emocional, los aportes de Daniel Siegel, Lisa Feldman Barrett, y otros capos del tema. Siempre combino eso con ejemplos cotidianos para que no se vuelva una clase de ciencia dura.

Ese día estábamos hablando de la rabia.

  • Yo: La rabia no es buena ni mala, es información.
  • Estudiante (con cejas fruncidas): ¿Y cómo se maneja la rabia… así en la práctica?
  • Yo: Con técnicas corporales y mentales, hay hartas formas.
  • Estudiante: ¿Pero una técnica específica… así como para usar ahora?

Silencio. Me pilló. No porque no sepa técnicas. Las hay. Respiración diafragmática, grounding, el famoso “3-2-1 de atención plena”… Pero lo que me dejó pensando no fue la pregunta, sino su manera de mirar. Ese “quiero una respuesta ahora, clara, precisa, que funcione”. Me hizo ruido. En el buen sentido.

Esa tarde, ya en mi depto., me junté con una colega coach. Conversábamos sobre lo que había pasado y le conté:

  • Yo: Me preguntaron cómo se maneja la rabia, pero no buscando teoría, querían la receta de cocina.
  • Ella (con tono de monje saiyajin): “Cómo nos revelamos en el lenguaje…”

Me quedé callado.

No hablaba del contenido, hablaba de mis estudiantes. Y tenía razón. Esa pregunta, hecha desde la rabia (ironías de la vida), revelaba más de lo que parecía. No era solo “¿cómo se maneja la rabia?”, era “necesito controlarla ya, porque si no exploto”. Y eso… no está en ningún PowerPoint.

Desde ese día repito esa frase en mis talleres:
“Nos revelamos en el lenguaje.”
Y también lo hacemos en una pregunta, en un silencio, en la forma en que respiramos antes de responder.

Las clases a veces parecen planificadas. Pero son un campo minado de humanidad. Uno llega con sus objetivos, pero se va con otras cosas. Aprendizajes que no estaban en el programa. Enseñanzas que llegan por la puerta de atrás, cuando alguien se atreve a preguntar lo que nadie se había atrevido antes.

A veces creo que enseñar no es entregar respuestas.
Es sostener espacios donde las preguntas puedan mostrarse con todas sus emociones encima.

Y en esa mezcla rara entre teoría, intuición y silencio… algo se mueve.
Y eso, aunque no se mida en la rúbrica, también es aprendizaje.


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