«There’s a crack in everything, that’s how the light gets in.»
— Leonard Cohen
No sé en qué momento dejé de dibujar a diario en mis libretas, ni cuándo fue que el silencio se volvió más cómodo que la pregunta.
Quizás fue gradual. Como cuando aprendes a cocinar con una receta y no con el paladar.
Sí, a todos nos pasa, en cierto momento adecuamos el texto para que suene bien en un currículum.
Y está bien. Ser adulto también tiene lo suyo: profundidad, independencia, sobria belleza… Pero hay una parte de mí que nunca firmó ese contrato.
Una parte que creció leyendo a los poetas muertos, suscribiéndose a revistas de diseño editadas con más pasión que presupuesto.
Una parte que aprendió más de lo humano conversando a las 3am con extraños que en cualquier curso de comunicación efectiva.
Una parte que nunca se sintió cómoda en lo previsible.
A la mitad de mi vida decidí ponerle nombre a ese lado que pausé por años: “Mover los bordes”. No para volver atrás, sino para abrir un espacio paralelo. Propio. Vivo.
Desde un adulto que aún se permite lo incierto.
Porque la búsqueda no termina.
Porque ser “uno mismo” es una trampa si no se revisa, si no se raspa, si no se vuelve a ensuciar.
Si algo en ti también quiere romper la forma, desobedecer con elegancia, o simplemente dejarse sorprender, bienvenido.
Aquí hay lugar para eso.
Mover los bordes

Descubre más desde Ratón Colilargo
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
